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Historias no contadas: Palacio Lyon, más que un Monumento Nacional

Reportaje

Historias no contadas: Palacio Lyon, más que un Monumento Nacional

Publicado el 11/05/2021
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Palacio Lyon
Nancy, Ana y Sara. 3 historias y un lugar común. Así es el relato de estas mujeres que forman parte del patrimonio intangible que envuelve al Palacio Lyon, pues su riqueza no es sólo lo monumental, sino que también, vivencias, experiencias, penas y alegrías en torno a este Monumento Nacional que por más de 40 años, albergó al Instituto Superior de Comercio de Valparaíso.

Caminar por calle Condell dicen, era recorrer el pasado glorioso de la ciudad de Valparaíso. Lugar marcado por bellos edificios y una gran vida comercial, que sin duda, le daban un aire especial al sector.

Enclavado en tan pintoresco lugar, pero no exenta al paso del tiempo y a las dinámicas sociales, el sector perdió gran parte del encanto que maravillaba a moros y cristianos, pero a pesar de que todo tiempo pasado fue mejor, dicen, el Palacio Lyon, lugar que en la actualidad alberga las dependencias del Museo de Historia Natural de Valparaíso se erige como uno de los pocos referentes culturales que van quedando.

 Construido en la década de 1880 para Santiago Lyon, uno de los fundadores de una importante compañía naviera local, y su esposa, Gertrudis Pérez de ascendencia escocesa, Santiago Lyon había sido educado en Inglaterra y el estilo general del Palacio es el de una casa victoriana, aunque la influencia neoclásica francesa también es evidente en la decoración interior.

La casa fue una de las pocas en Valparaíso que sobrevivió al terremoto de 1906. Cuatro años después, Santiago Lyon lo vendió al Estado chileno, que lo convirtió en el Instituto Superior de Comercio, función que continuó desempeñando hasta 1975.

Es quizás esta longevidad, la que permite al Palacio Lyon, ser un referente cultural, no sólo por albergar al Museo de Historia Natural de Valparaíso, sino por las historias que esconden sus paredes y que ahora Nancy, Ana y Sara nos cuentan. Conozcamos parte de ese patrimonio intangible y que no se encuentra en los libros que ellas nos relatan.

La excelencia ante todo

Nancy Morales Pacheco, entro a estudiar al Instituto Superior de Comercio en el año 1960 (lo que actualmente sería 7ª básico), cuando en aquellos años se estudiaba un plan común y luego se cursaba la especialidad rememora Nancy que tenía la intención de seguir contabilidad.

“Yo entré cuando el Instituto Superior de Comercio era como una universidad. Era una carrera muy completa e integral.  Tenía todos los ramos de las humanidades más los técnicos, era una educación de muy buena calidad, excelente, uno salía profesional 100%.  Era como salir de la universidad”, incluso para entrar a estudiar ahí se debía dar una prueba de adminsión,acota.

Por motivos familiares Nancy no pudo terminar su enseñanza media, pero igualmente quiso sacar su carrera de Contador. Primero lo intentó a través de la prueba de admisión universitaria, pero la maternidad se lo impidió en ese momento. Con el paso del tiempo pudo terminar su carrera en el ahora Liceo Comercial ubicado en Avenida Argentina con el apoyo irrestricto de su familia.

Su paso por el Palacio Lyon fue sin duda, una de las etapas más importantes de su vida, y aún mantiene en la retina algunos recuerdos imborrables de su paso por el Instituto Superior de Comercio.

“Cuando entraba al establecimiento siempre estaba en la puerta la inspectora. Ella era quien revisaba a todas las alumnas, si la falda estaba muy corta, te chequeaba las uñas o si estabas pintada. Todo era muy exigente, por ejemplo, las profesoras eran muy académicas, En realidad ellas eran maestras, yo tengo muy lindos recuerdos”

La conversación fluye y Nancy hace recuerdo de las dependencias de edificio anexo que hoy se conoce como “Edificio Porter”. “El ingreso a ese edificio estaba al costado izquierdo, saliendo del palacio Lyon mirando hacia el cerro había unos escalones que llevaban al acceso del primer piso, en el segundo piso estaban las salas de máquina donde se estudiaba dactilografía, el tercer piso era el laboratorio de química. En el primer piso había salas de clase y el espacio hacia la derecha estaba destinado a un banco, así como los bancos antiguos, ahí los contadores y secretarias hacía su práctica.

“Entrando por la escalera de calle Condell, a mano derecha, estaba la oficina del director, ahí nadie entraba, es donde ahora está la cafetería. Al otro lado, al frente, estaba la biblioteca. Después del hall central venía una sala de clases a cada costado. En el centro estaba la oficina de la inspectora y la sala de profesores. Eran unas tremendas salas”, señala.

Nos cuenta que tuvo una infancia y juventud muy linda, los recuerdos quedan a flor de piel a medida que pasa la conversación. Se le vienen a la memoria los recuerdos de su esposo, quien sagradamente cada sábado la pasaba a buscar a la puerta del liceo.

Tiene bellos y agradables recuerdos de Calle Condell. Comenta con nostalgia, “Transitar por Condell y sus alrededores era un verdadero placer. Por ejemplo, estaba el Teatro Condell, con sus rotativos. También había tiendas muy elegantes, con estanterías de madera y grandes espejos, en Condell con Huito había una cafetería muy elegante llamada Petit Paris. La verdad, el sector era un lugar hermoso, que daba gusto pasear por ahí. Lo mismo pasaba con Plaza Victoria, pues era todo un panorama caminar en familia un domingo e ir por un helado del Bogarín, pero eso ya es tiempo pasado y ahora uno ve un abandono total del sector”, reflexiona.

Esos locos años 70

Corría el año 1971, en Chile se vivía una efervescencia política nunca antes vista. La polarización se sentía en el ambiente y el gobierno de Salvador Allende se encontraba entre la espada y la pared. La presión era mucha y los jóvenes de la época tomaban posturas irreconciliables. En este escenario una joven llegaba al Instituto Superior de Comercio Valparaíso (INSUCO) para comenzar una nueva etapa en su vida.

Sara Arancibia Núñez, llegaba desde la República Independiente de Playa Ancha, a cursar la enseñanza media a este prestigioso establecimiento educacional, que en ese entonces, tenía las carreras técnicas de; Secretariado administrativo; Contabilidad y Ventas y Publicidad.

“Cada vez que voy al museo, se me vienen a la memoria hermosos recuerdos. La infraestructura en general era muy parecida a la que está hoy, por ejemplo, la escalera de la entrada es la misma. Donde está la cafetería antes estaba la Dirección del Liceo, y fue en ese mismo lugar, donde tuve la oportunidad de dar mi examen de grado para Secretariado Administrativo”, rememora Sara.

Y agrega. “Donde está la sala de lectura ahí se encontraba la biblioteca, aunque con suerte la conocí dos veces en toda mi estadía” nos confidencia.

Al recordar los espacios, su cara comienza a cambiar, una sonrisa   es la muestra latente de que el lugar le trae recuerdo y así al menos lo señala.

“En el hall central, sólo había salas y el pasillo era un lugar estrecho. Eran cerca de 8 en total. Los talleres se encontraban donde actualmente están las oficinas administrativas del museo (Edificio Porter) y el estacionamiento era el patio, pero casi no se podía estar ahí, ya que se hacía muy pequeño para albergar a tantos estudiantes”. 

También recuerda que nunca se escapó de clases para hacer la cimarra, pero ganas nunca le faltaron, nos cuenta.

Pero sin duda, lo que más recuerda, era la vida que se generaba en torno al instituto. “Caminar por calle Condell era una maravilla, vitrinear en Las Camelias, La Casa Hurtado, La Galería del Hotel Prat, La Tienda Mirador, para luego ir a comer algo a la Pastelería Plaza era algo impagable.   También las reuniones que teníamos en Plaza Victoria, con el Liceo Eduardo de la Barra, El Colegio Salesiano, El Liceo 3 de Hombre y el Liceo 2 de Niñas. La verdad La Plaza de la Victoria literalmente era un centro social.

Casi en el mismo año, Ana González entró a primero medio a estudiar la especialidad de secretariado. 

Al consultarle por sus recuerdos o alguna anécdota que haya vivido, Ana rememora…

“Mi amiga era la matea del curso. Éramos las pavitas, porque las otras compañeras hacían la cimarra y se iban a la Plaza Victoria, nosotras nos quedábamos en la sala, cuando volvían las llamaban de inspectoría y las suspendían y al día siguiente, tenían que ir con el apoderado”, acota.

Y agrega, “una anécdota que recuerdo es que mi sala estaba en el Palacio Lyon y tenía los vidrios rotos, entonces mis compañeras llevaron pimienta y lo esparcieron en la sala, por lo que todas estábamos estornudando.  La profesora que nos hacía dactilografía, que era una persona mayor, no se dio cuenta que estornudábamos por la pimienta y pidió a la inspectoría que por favor pusieran los vidrios, porque todos sus alumnos se están resfriando”.

Al continuar la conversación comienzan a salir nuevas historias, especialmente con dos materias específicas. La taquigrafía y la dactilografía.

“Esos talleres lo teníamos en el edificio posterior con la Señora Lucía Fuenzalida, pues ahí se encontraba las salas de máquinas. También al costado de la entrada principal del Palacio Lyon, mirado desde calle Condell, también teníamos dactilografía. Para ese ramo teníamos que tapar el teclado de las máquinas con un cartón que se afirmaba con un elástico. En tanto en taquigrafía la profesora nos dictaba y nosotros teníamos que tomar nota para luego transcribir en texto.

1973: Un año distinto

Ana recuerda que el año 1973 fue bien convulsionado, pues venían de otros colegios a buscar apoyo de los estudiantes del instituto para salir a marchar a favor de la Unidad Popular.

 “Siempre había enfrentamientos con carabineros, me acuerdo que nos teníamos que meter en el subterráneo que daba para el patio porque los carabineros seguían a los compañeros y compañeras. Además, tiraban bombas lacrimógenas, por lo cual los profesores nos pedían que nos metiéramos al subterráneo para protegernos.

Una visión muy similar es la que nos plantea Sara, que también vivió en situ ese fatídico 1973.

“En la actual galería de arte funcionaba el Centro de Alumnos, recuerdo que ellos eran como verdaderas estrellas. Eran admirados por el estudiantado y tenían gran poder de convocatoria”

  Sara recuerda que el 11 de septiembre no alcanzó a llegar al liceo. “Los marinos no nos dejaron pasar y nos hicieron devolvernos a casa. Yo iba en compañía de mi papá, que también se dirigía al trabajo. Recuerdo que durante todo septiembre no hubo clases”.

“Al retomar la “normalidad”, cerca de octubre, nos dimos cuenta de que todo el centro de alumnos había desaparecido. Antes de entrar a clases, los militares nos hacían acreditar que éramos estudiantes y no unos infiltrados. También recuerdo con mucha pena que varios profesores se fueron del Liceo y otros que nuca volvieron”.

“No se podía hablar de política y suprimieron el Centro de Alumnos. Había mucho miedo, pero los que aún tenían fuerza para manifestarse hacían algunos intentos de rearticulación en la Plaza Victoria. Nunca participé en nada, pues el miedo ya me había ganado”

“Después de septiembre de 1973, el Liceo nunca más fue el mismo. Todo cambio. Llegaron nuevos profesores y la alegría y efervescencia juvenil dio paso al silencio y la resiliencia”, expresa Sara.